Marta Torres García
Vivo en Monleras (Salamanca), un pueblo muy vivo cultural
y socialmente, situado al lado
del pantano de Almendra, en la
comarca de Tierra de Ledesma.
Mi trabajo está a diez minutos en coche, en la residencia
de mayores de El Manzano.
La residencia donde trabajo
es pequeña (cuenta con diez
residentes) y formamos una
pequeña familia entre trabajadoras y personas a las que
cuidamos.
Conocemos sus
gustos y preocupaciones, lo que
nos permite dar a cada uno un
trato más personal y cercano.
En este tipo de residencias la
base fundamental de la gestión
es primar el bienestar y trato a
los residentes por encima del
ánimo de lucro. Los residentes pueden permanecer cerca
de sus hogares, evitando ese
desarraigo y permitiéndoles
seguir viviendo en sus pueblos.
El personal que trabajamos en la
residencia somos personas que
vivimos en El Manzano o pueblos de alrededores, por lo que
conocemos a nuestros residentes y a sus familias, pudiendo
dar un trato más cercano.
Hemos estado libres de
covid-19, pero juntos hemos
sufrido por la situación que ha
afectado a todo el país. Hemos
compartido miedos y preocupaciones, hemos echado de
menos a nuestras familias (a las
que dejamos de ver), el salir a la
calle a dar un pequeño paseo y
en definitiva todo aquello que
en un día a día era normal.
Hemos pasado angustia,
sobre todo las primeras semanas, debido a la incertidumbre
y sin saber si alguno estaríamos
contagiado. Seguimos las medidas adecuadas indicadas por
los organismos competentes.
Aprendimos a utilizar y a convivir en el día a día con mascarillas, geles, EPIS y protocolos de
actuación y desinfección. Pero la
angustia seguía; para ellos, que
se sentían población vulnerable,
aunque el estar en sus pueblos y
aislados de los grandes núcleos
urbanos les reconfortaba. También para todas las que trabajábamos en la residencia que de
la noche a la mañana nos vimos
supliendo ausencias familiares,
ejerciendo de psicólogos aficionados y trasmitiendo tranquilidad a pesar de que interiormente se estaba igual de asustada.
Desde los primeros días
todas las trabajadoras fuimos
conscientes de que era responsabilidad nuestra no llevar el
virus dentro de la residencia
y empezó nuestra particular
fase donde se tenía presente
en todo momento de nuestra
vida personal que teníamos
que evitar contagiarnos para
no contagiar a los demás. Llega la «nueva normalidad»
y no podemos olvidar lo que
hemos pasado con la covid-19,
ni a todo el personal sanitario
que ha luchado frente al virus
con un coraje sobrehumano
y poniendo sobre la mesa el
valor de la sanidad pública,
de la que tenemos que sentir
orgullo. Por eso cuando ahora
oigo hablar de residencias
medicalizadas, pienso que a
nuestros mayores en caso de
enfermedad no se les puede
cerrar el acceso a esa sanidad pública ni a los hospitales,
donde nadie duda que tendrán
la mejor asistencia sanitaria y
los mejores profesionales. Empieza otra fase, con visitas, con más trato social para
todos, pero no podemos olvidar
que el virus sigue fuera esperando y quiero pedir responsabilidad a todo el mundo porque
nuestros mayores se merecen que los protejamos.
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