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jueves, 29 de octubre de 2020

Experiencia Marta Torres.

Marta Torres García

    












Vivo en Monleras (Salamanca), un pueblo muy vivo cultural y socialmente, situado al lado del pantano de Almendra, en la comarca de Tierra de Ledesma. Mi trabajo está a diez minutos en coche, en la residencia de mayores de El Manzano. La residencia donde trabajo es pequeña (cuenta con diez residentes) y formamos una pequeña familia entre trabajadoras y personas a las que cuidamos. 


Conocemos sus gustos y preocupaciones, lo que nos permite dar a cada uno un trato más personal y cercano. En este tipo de residencias la base fundamental de la gestión es primar el bienestar y trato a los residentes por encima del ánimo de lucro. Los residentes pueden permanecer cerca de sus hogares, evitando ese desarraigo y permitiéndoles seguir viviendo en sus pueblos. El personal que trabajamos en la residencia somos personas que vivimos en El Manzano o pueblos de alrededores, por lo que conocemos a nuestros residentes y a sus familias, pudiendo dar un trato más cercano. Hemos estado libres de covid-19, pero juntos hemos sufrido por la situación que ha afectado a todo el país. Hemos compartido miedos y preocupaciones, hemos echado de menos a nuestras familias (a las que dejamos de ver), el salir a la calle a dar un pequeño paseo y en definitiva todo aquello que en un día a día era normal. Hemos pasado angustia, sobre todo las primeras semanas, debido a la incertidumbre y sin saber si alguno estaríamos contagiado. Seguimos las medidas adecuadas indicadas por los organismos competentes. Aprendimos a utilizar y a convivir en el día a día con mascarillas, geles, EPIS y protocolos de actuación y desinfección. Pero la angustia seguía; para ellos, que se sentían población vulnerable, aunque el estar en sus pueblos y aislados de los grandes núcleos urbanos les reconfortaba. También para todas las que trabajábamos en la residencia que de la noche a la mañana nos vimos supliendo ausencias familiares, ejerciendo de psicólogos aficionados y trasmitiendo tranquilidad a pesar de que interiormente se estaba igual de asustada. 












Desde los primeros días todas las trabajadoras fuimos conscientes de que era responsabilidad nuestra no llevar el virus dentro de la residencia y empezó nuestra particular fase donde se tenía presente en todo momento de nuestra vida personal que teníamos que evitar contagiarnos para no contagiar a los demás. Llega la «nueva normalidad» y no podemos olvidar lo que hemos pasado con la covid-19, ni a todo el personal sanitario que ha luchado frente al virus con un coraje sobrehumano y poniendo sobre la mesa el valor de la sanidad pública, de la que tenemos que sentir orgullo. Por eso cuando ahora oigo hablar de residencias medicalizadas, pienso que a nuestros mayores en caso de enfermedad no se les puede cerrar el acceso a esa sanidad pública ni a los hospitales, donde nadie duda que tendrán la mejor asistencia sanitaria y los mejores profesionales. Empieza otra fase, con visitas, con más trato social para todos, pero no podemos olvidar que el virus sigue fuera esperando y quiero pedir responsabilidad a todo el mundo porque nuestros mayores se merecen que los protejamos.

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